Uno de los artífices de la Copa del Mundo que conquistó Argentina de la mano de César Luis Menotti falleció a los 71 años luego de haber contraído coronavirus.
Leopoldo Jacinto Luque, uno de los héroes del Mundial que Argentina conquistó en 1978, murió a los 71 años. La salud del ex futbolista que se consagró de la mano de César Luis Menotti había empeorado en los últimos días en el marco de su lucha contra el coronavirus. Producto de dicha afección, se encontraba internado en terapia intensiva en la Clínica de Cuyo, de la ciudad de Mendoza.
Para muchos, la foto de su vida es aquella del festejo del gol ante Perú en el recordado y polémico 6-0 de la Selección a Perú en aquel certamen, cuando abrió los brazos como el ex presidente Juan Domingo Perón en lo que significaba el pase a la final que ganaría días más tarde ante Holanda en el Monumental.
Para otros, aquel vendaje en el brazo, el ojo negro después de un codazo del brasileño Oscar en la semifinal de Rosario, la camiseta ensangrentada de la final luego de un golpe del “mellizo” Van de Kerkhof y el regreso a la concentración después de perderse los partidos ante Italia y Polonia para acompañar a su familia por la muerte de su hermano en un accidente de ruta en pleno Mundial.
Lo cierto es que la historia de Luque es la de un futbolista que pudo sobreponerse a dos rechazos de un entrenador cuando se ilusionaba por jugar profesionalmente en Unión de Santa Fe, que soñó con jugar un Mundial cuando veía por televisión el de Alemania 1974 mientras jugaba en la Primera B y que pudo alcanzar la gloria y levantar la Copa más preciada además de ganar torneos en el más alto nivel.
“Yo no era muy rebotero. Tengo pocos goles de esos de abajo del arco. A mí me tocaba más, y me gustaba más, hacer otro tipo de goles. (Carlos) Bianchi le puso a (Martín) Palermo ‘el optimista del gol’, porque donde se paraba, iba la pelota, y así metió muchos goles de rebote. A mí no me pasaba. La mayoría de mis goles fueron elaborados, un reflejo de mi vida. Todo me costó muchísimo. Recién llegué a River con 26 años, de grande”, llegó a afirmar.
“Toda mi vida fue dura. Mi carrera fue difícil. Tuve que ir a jugar a Jujuy y a Salta por los torneos regionales porque un tipo en Unión me dijo ‘no le hagas perder el tiempo a tu vieja. Conseguí un laburo o seguí estudiando’ y esas cosas me fueron endureciendo la coraza y lo pude aprovechar en el Mundial”, describió sobre su propia carrera.
Luque nació en Santa Fe el 3 de mayo de 1949. Su madre era ama de casa y su padre compartía su trabajo de zapatero con su pasión por el ciclismo de pista y de ruta. “Llegó a estar federado y compitió hasta los 45 años haciendo la Rosario-Santa Fe y era capaz de armar cualquier bicicleta en su taller, que era el garaje y el punto de encuentro con otros ciclistas”, recordó, y también se refirió más de una vez a los nombres, Leopoldo Jacinto. “A mis cinco hermanos –cuatro mujeres y un varón, menor que él- los llamaron con nombres comunes, pero mi padre me puso los mismos nombres que él, no sé qué pasó conmigo. Me suelo llamar Leopoldo, Jacinto no lo uso aunque sé que es el nombre de una flor”.
Su vida transcurrió en el barrio Guadalupe Oeste y de muy joven lo apodaban “Flaco”. “Era muy flaquito, al punto de que mis amigos no me dejaban atajar por miedo a los pelotazos que podía recibir”, aunque llegó a medir 1,78 metro ya cuando comenzó a jugar oficialmente, aunque para eso, tuvo que lidiar con los deseos de su padre, que pretendía que fuera ciclista como él. “Me mandaba a entrenarme por un circuito de la costanera de Santa Fe, pero un día pasé por un seminario y estaban los curas jugando a la pelota, me preguntaron si quería jugar y aunque estaba con zapatillas de ciclismo y era más chico que ellos, me las arreglé bien y a partir de ahí siempre me invitaron. A mi viejo no me animaba a decirle nada y me veía que llegaba siempre transpirado y un día le confesé que la transpiración era por jugar al fútbol, no por el ciclismo. Seguro que le dolió que le estuviera mintiendo, pero lo aceptó y al año siguiente, ya con 12 años, me llevó a Unión. Yo ya sobresalía en la escuela. Estaba en cuarto grado pero me ponían en el equipo de quinto y sexto. Mi viejo no se compraba un par de zapatos para que yo tuviera botines, y mi mamá no se compraba un vestido para darme el abono del colectivo para ir a entrenarme”.
Ya en las divisiones inferiores de Unión y con 18 años, en 1968, se fue a préstamo a Sportivo Guadalupe, también de la liga santafesina, porque no lo tenían en cuenta. “Hubo un técnico que me dijo que tuviera cuidado, que no perdiera el tiempo, que había jugadores mejores que yo, algo que me dolió mucho porque hablarle así a un pibe, no es la forma. Yo trabajo con juveniles y jamás les hablé así. Ahí, uno se da cuenta de que hay un montón de gente que está en el fútbol y por ahí no entiende mucho. O si entiende, se maneja diferente”, solía contar, con amargura.
En 1969 lo volvieron a prestar, esta vez a Gimnasia de Jujuy, a donde fue a prueba. “Jugué y creo que anduve medianamente bien. Salimos campeones e hice cuatro goles, pero lo más lindo es que en la final contra Altos Hornos Zapla íbamos perdiendo 2-0 y yo hice los tres goles, ganamos 3-2 y me acuerdo que les mandé los recortes de los diarios a mis viejos y en uno salió que yo era San Jacinto”. Al terminar la temporada, en 1970 jugó en Central Norte de Salta, donde estaba realizando el servicio militar. Ya para ese entonces, comenzó a distinguirse porque usaba bigotes. “Como no era tenido en cuenta en Unión, pensé que si jugaba, me lo dejaría, aunque ahora forma parte de mi identidad y no me hallo sin bigote. Hoy veo que usan barbas largas y parecen Bin Laden y no me gusta”.
Cuando por fin regresó a Unión en 1971, se enteró de que lo habían dejado libre y fue cuando pensó en dejar de ser futbolista, pero terminó firmando para Atenas de Santo Tomé. “Yo recuerdo siempre a Atenas porque pasé un año bárbaro y porque no sé si sin querer o queriendo, terminó siendo un trampolín. Hice casi cuarenta goles y Colón se fijo en mí porque estaba el “vasco” (Juan Eulogio) Urriolabeitia, que me llevó a hacer unos partidos de práctica y en el primero, metí un gol casi desde mitad de la cancha y había posibilidades, pero surgió lo de Rosario Central y me fui a jugar allí”.
A los 23 años, en 1972, se produjo entonces su debut en la primera categoría en la novena fecha del torneo Nacional ante Lanús como visitante el 26 de noviembre. Terminó jugando cuatro partidos con tres goles y eso decidió a Unión a reincorporarlo en 1973 para la Primera B. “Yo me crié en Unión y el corazón mandó, y regresé”, admitió. Un año más tarde, en 1974, sería gran protagonista del campeonato, no sólo ascendiendo a Primera A sino que era el capitán del equipo, en una recordada final ante Estudiantes de caseros en el estadio de Villa Dálmine, en Campana. Una asistencia suya determinó el decisivo gol de Hilario Bravi. Tras ese partido se recortó el bigote por un tiempo (”con Alcides “Batata” Merlo y Daniel Silguero hicimos una promesa, de afeitarnos si ascendíamos”).
Hasta ser profesional tiempo había tenido otros ingresos. Cosechaba frutas y verduras en la quinta de un amigo de su padre y le pagaban por cajón, que no podía levantar por su estado físico, por lo que los arrastraba. También había sido mosaiquista, empleado en una fábrica de zapatos, y hasta utilero en Canal 13 de Santa Fe (“armaba la escenografía, ponía los carteles y allí ya estaba en la Primera de Unión”).
Todo cambió cuando se logró el ascenso a Primera A a fines de 1974 y llegó Juan Carlos Lorenzo para el nuevo torneo de 1975. “Le expliqué mi situación y conseguí que me pagaran más y así dejé la utilería”, recordó.