El 9 de febrero de 1961, casi sin publicidad, The Beatles tocaron por primera vez en el emblemático pub de su ciudad.
El rock está lleno de lugares icónicos, espacios donde se conocieron músicos, se formaron bandas y debutaron en vivo los artistas más importantes. Las grandes urbes del mundo están repletas de esas locaciones, como Nueva York o Londres, pero la más importante de todas está en Liverpool, Inglaterra: un sótano fétido y agobiante llamadoThe Cavern que hoy no cumpliría con los estándares mínimos de seguridad. Cuando The Beatles tocaron en allí por primera vez hace sesenta años, nadie imaginó que ese sucucho se convertiría en el epicentro de la mayor revolución musical de la historia.
El 9 de febrero de 1961, John Lennon, finalmente, lo había logrado. Había soñado con desplegar su rock and roll en el escenario de The Cavern desde 1957 cuando tocó allí con su primera banda, The Quarrymen. Sin Paul McCartney, que estaba en un campamento de boy scouts, un John adolescente y su grupo de skiffle consiguieron un espacio para tocar en el club más nuevo de la ciudad.
El skiffle era un género musical que tomaba elementos del folk, el blues, el jazz y luego del rock and roll. Su característica principal era que se tocaba con instrumentos acústicos y artesanales, hechos con elementos cotidianos, como tablas de lavar, peines, dedales, escobas y el característico bajo de cofre de té. No se requería mucha destreza ni conocimiento para tocar este estilo de música. Surgió en las comunidades de la clase trabajadora afroamericana a principios del siglo XX, pero ganó mucha popularidad en la Gran Bretaña de posguerra, especialmente entre los adolescentes.
Inspirado en el club parisino Le Caveau de la Huchette, ubicado en las orillas del Sena, un empresario llamado Alan Sytner abrió The Cavern el 16 de enero de 1957 en la calle Mathew, un pequeño pasaje ubicado en el centro de Liverpool. Al igual que su par francés, estaba destinado únicamente a números de jazz. Sin embargo, como el skiffle tenía sus raíces en la música del Mississippi, su fundador destinaba algunas noches a esta nueva música que era furor entre los más jóvenes.
The Quarrymen lograron tocar allí gracias a su manager, Nigel Walley, un amigo de Lennon que trabajaba como aprendiz del golfista profesional en el Lee Park. Allí conoció al padre de Sytner, que le presentó el grupo a su hijo. El dueño de The Cavern les dio un lugar después de haberlos visto en vivo en el club de golf. Sin embargo, no cumplieron las expectativas. John ignoró la exigencia de hacer un set cien por ciento skiffle y arremetió al público con una canción de Elvis Presley. Le llegó una nota al escenario de parte de Alan que decía “¡Córtenla con ese maldito rock and roll!”.
En 1959, Sytner vendió el local a su contador, Ray McFall, que si bien no era afecto al rock and roll se fue dando cuenta de que otros pubs estaban acaparando al público juvenil. Uno de esos era el Casbah Coffee Club, que regenteaba Mona Best, la madre de Pete Best, el primer baterista de los reformados Quarrymen, que para ese entonces ya habían tomado el nombre de The Beatles. Otro espacio era el Jacarandá, propiedad del empresario Allan Williams, quien fue su primer representante profesional. McFall abrió las puertas de The Cavern a grupos de blues y de la nueva corriente de rock and roll que se había desarrollado en Liverpool, conocida como Merseybeat. The Beatles eran parte de ese movimiento, al igual que artistas como Gerry & The Pacemakers, The Big Three y Rory Storm and The Hurricanes, en donde tocaba Ringo Starr.
Todo esto ocurrió en muy poco tiempo mientras la banda integrada por Lennon, McCartney, Best, George Harrison y el bajista Stuart Sutcliffe hacían una residencia de más de tres meses en Hamburgo, Alemania, donde tocaban todas las noches en los clubes de la zona roja del barrio de San Pauli. Ese período fue fundamental para el quinteto, ya que pudieron desarrollar una fuerte presencia escénica y les permitió hacerse de un repertorio mucho más amplio y variado del que tenían los demás grupos.
De regreso a Liverpool a finales de 1960, The Beatles tuvieron que reinsertarse en la escena local. Eran habitués del Casbah y Allan Williams los quería en un nuevo club que había abierto llamado Top Ten, como uno de los más populares de Hamburgo, pero sufrió un incendio a los seis días de su apertura.
El manager había contratado a un DJ llamado Bob Wooler, que a pesar de que nunca los había visto en vivo le sorprendió que hubieran tocado en el extranjero. Les consiguió un recital en el Litherland Town Hall, donde fueron anunciados como un grupo “directo desde Hamburgo”. Cuando salieron al escenario, vestidos de cuero y con una actitud rebelde que todavía no existía en Inglaterra, todos los asistentes se acercaron a verlos pensando que eran alemanes. La lógica de los primeros shows de rock and roll era similar a los de la época del swing: la banda tocaba mientras el público bailaba. Sin embargo, The Beatles lograron acaparar toda la atención. “Esa noche salimos de nuestro cascarón. Fuimos ovacionados por primera vez. Ahí fue cuando empezamos a pensar que éramos buenos”, confesó Lennon. A partir de ese momento, sus seguidores empezaron a crecer y muchos clubes de la ciudad querían tenerlos en sus escenarios.
Mientras tanto, en The Cavern, McFall empezó a ofrecer shows de música beat en la hora del almuerzo. Esas bandas atraían más que nada a un público femenino. Al estar en una zona comercial, había muchas mujeres trabajando que aprovechaban el mediodía para comer y hacer compras. Muchas de ellas iban a las tiendas de discos como NEMS, propiedad de Brian Epstein, quien al poco tiempo demostraría interés en The Beatles y se convertiría en su representante.
Tanto Mona Best como Bob Wooler, que había empezado a trabajar en The Cavern como DJ y maestro de ceremonias, recomendaron a McFall que contrate a The Beatles. Después de todo, no era sencillo encontrar bandas que pudieran tocar al mediodía porque la mayoría de los músicos tenían empleos de oficina. Ellos, en cambio, recién llegados de Hamburgo, estaban desempleados.
Todos menos Paul McCartney. Su padre le exigió que buscara un trabajo más tradicional y así consiguió un puesto en la empresa de bobinas de cable marítimo Massey & Coggins, donde ganaba siete libras por semana. Entró como barrendero, pero rápidamente se dieron cuenta de que tenía potencial para puestos más importantes. Cuando surgió la oportunidad de tocar en The Cavern en horario laboral, John le exigió que enfrentara a su padre y renunciara. “Le dije por teléfono que si no venía quedaba afuera. De modo que tuvo que decidir entre su padre y yo, y al final me eligió a mí”, contó John.
Cuando The Beatles tocaron en The Cavern por primera vez, ganaron cinco libras en total, es decir, una libra cada uno. George Harrison nunca había estado ahí porque era menor de edad y no sabía cómo debía ir vestido. Fue con jeans, que estaban prohibidos, y tuvo que convencer al encargado de seguridad que estaba en la banda para que lo dejara entrar.
No hay demasiados registros de este primer show en particular, que se dio casi sin publicidad, pero fue lo suficientemente impresionante como para que McFall los contratara de forma estable. Lo que diferenciaba a The Beatles de los demás grupos era su eclecticismo. En vez de tocar los éxitos, ellos estudiaban los lados B, pero también incursionaban en el repertorio de los musicales de Broadway y de los grupos vocales femeninos norteamericanos, como The Marvelettes y The Shirelles (que tenían un hit llamado Boys que los Fab Four registraron en el álbum Please Please Me). Además, podían pasar del rock más crudo a la balada más conmovedora sin escalas, de una forma casi esquizofrénica, pero a la vez con elegancia. Muy ocasionalmente John y Paul se animaron a tocar algunas canciones de su autoría, como Love Me Do o Like Dreamers Do, un tema que interpretaron durante la audición con el sello Decca en 1962 y que se puede escuchar en el primer volumen de Anthology. Aunque parezca increíble, el público las recibía con indiferencia.
De pronto, los mediodías de The Cavern cobraron vida, con largas colas que aguardaban pacientemente para entrar y disfrutar de una atmósfera más relajada que las noches a base de gaseosas y café (el local no podía vender alcohol). The Beatles, además de ofrecer un espectáculo musical robusto, llamaban la atención por su comportamiento en el escenario. Lennon y McCartney eran excelentes imitadores y tenían un gran sentido del humor. Sus shows a veces rozaban el stand up.
Seis semanas más tarde, tuvieron la oportunidad de dar su primer show nocturno como número de apertura de un combo de jazz rock llamado The Bluegenes. Sus fieles seguidoras se acercaron a verlos y el espectáculo principal quedó totalmente opacado.
La popularidad de The Beatles en The Cavern fue en aumento y para fines de 1961 sus recitales del mediodía eran una sensación entre los jóvenes liverpulianos. Llamaron la atención de Brian Epstein, un joven empresario que dirigía la sección musical de NEMS, una de las tiendas de productos electrónicos más importantes de la ciudad, que escuchó hablar de ellos más que nada por sus constantes apariciones en las páginas de la publicación especializada Mersey Beat, que dirigía un amigo de Lennon llamado Bill Harry y que se vendía en su disquería. Pero también le sorprendió que en tan solo dos días tres clientes le hubieran consultado por My Bonnie, el simple que habían grabado en Alemania con Tony Sheridan tan solo unos meses atrás, durante su segunda residencia en Hamburgo. Sutcliffe no participó de esas sesiones y abandonó el grupo para continuar sus estudios de arte en la nación teutona, por lo que Paul tomó su lugar en el bajo.
El 9 de noviembre de 1961, a nueve meses de su debut en el célebre pub, Epstein vio al cuarteto en vivo por primera vez. “Quedé inmediatamente impactado por su música, su ritmo y su sentido del humor sobre el escenario. Luego, cuando los conocí personalmente, me impresionó su encanto personal”, expresó en su autobiografía. La visita del dueño de NEMS en The Cavern fue un acontecimiento, ya que su tienda era muy conocida. Hasta The Beatles compraban allí sus discos. Bob Wooler anunció su presencia desde el altoparlante y Harrison, cuando se acercó a saludarlos después del show, le preguntó: “¿Y qué trae al señor Epstein por aquí?” Fue la curiosidad la que lo llevó al reducto más caluroso y húmedo de Liverpool y la sensación de que “eran frescos, honestos y tenían algo que pensaba que era un tipo de presencia, una calidad de estrellas” –como explicó en una entrevista – lo que lo motivó a ser su representante a principios de 1962.
Fue durante ese año que se convirtieron en uno de los números centrales de The Cavern. En junio consiguieron una audición en Parlophone frente a George Martin y para obtener su primer contrato discográfico tuvieron que tomar una difícil decisión: despedir a Pete Best. Los productores como Martin estaban acostumbrados a trabajar con bateristas que poseían un minucioso control del tempo. “Nuestros bateristas de Liverpool tenían un gran sentido del espíritu, la emoción, incluso de la economía, pero en absoluto sabían dominar los tiempos”, admitió Paul.
Pete había sido fundamental en los inicios de The Beatles. Gracias a su madre habían podido hacerse un nombre en su hogar y ahora, para dar el gran salto, debían reemplazarlo por un baterista más calificado. Para ellos, el mejor era Ringo Starr y él aceptó la invitación encantado, no sólo porque le gustaba la banda sino porque ellos eran los primeros en tener la oportunidad de grabar un disco, “un pedazo de plástico” que, como confesó en Anthology, “era más que el oro”, algo por lo que “uno vendería su alma”.
Con tan solo cinco días de diferencia, el público de The Cavern vio la despedida del primer baterista y el comienzo del nuevo. “Mi primer show fue bastante violento. Había muchas peleas y gritos. Una mitad me odiaba y la otra me amaba”, recuerda Ringo. Esa noche, George Harrison terminó con un ojo morado luego de discutir con unos fanáticos que gritaban, haciendo un juego de palabras con el apellido del antiguo miembro, “¡Pete es el mejor!” (“Best” es “mejor” en inglés) y “¡Ringo nunca, Pete Best para siempre!”
Los Fab Four dieron casi trescientos shows en el mítico club de la calle Mathew. El último fue el 3 de agosto de 1963. La Beatlemanía ya había estallado en Inglaterra de la mano del álbum y el simple Please Please Me y faltaban días para que saliera She Loves You. Los tickets se vendieron en media hora y ellos esta vez cobraron la módica suma de 300 libras, pero era evidente que ya no podían tocar ahí. El lugar tenía una capacidad de doscientas personas, pero hubo quinientos asistentes. En un momento, la transpiración del público se condensó en las paredes, llegó al escenario y mojó la caja de fusibles. Todo quedó a oscuras y, mientras reparaban la falla eléctrica, Lennon y McCartney tocaron una versión acústica de When I’m Sixty Four, un tema que Paul compuso a los 16 años y que la banda recién grabó en 1967 para Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.
“Sentíamos que era su canto del cisne y que nunca más los tendríamos en The Cavern”, confesó Bob Wooler en el libro The Cavern Club: The Rise of the Beatles and Merseybeat de Spencer Leigh. Seis meses después conquistaron los Estados Unidos con su aparición en el programa de televisión de Ed Sullivan, el 9 de febrero de 1964, exactamente a los tres años de su debut en el reducto más popular del Reino Unido.
Mientras The Beatles se convertían en un fenómeno mundial sin precedentes, el destino de The Cavern no corría la misma suerte. Cerró sus puertas en 1966 cuando Ray McFall se declaró en quiebra, pero unos meses después reabrió con otros dueños. La inauguración estuvo encabezada por el Primer Ministro británico, Harold Wilson. En 1973 el ayuntamiento ordenó el cierre definitivo para construir un sistema de ventilación para el subterráneo. El club se mudó al otro lado de la calle, pero como la obra del metro nunca se llevó a cabo, en 1984 volvió a su ubicación original, que hoy en día muchos fanáticos visitan para sentir un poco de la energía que se respiraba en esos primeros recitales.
Es cierto que The Beatles nunca volvieron a tocar en The Cavern, pero Paul McCartney sí lo hizo en dos ocasiones. La primera fue en diciembre de 1999, en lo que fue su último show del siglo XX. Para presentar su álbum de clásicos del rock and roll Run Devil Run, reunió allí a una banda formada por viejos amigos rockeros –David Gilmour de Pink Floyd, Ian Paice de Deep Purple y Mick Green de Billy J. Kramer and the Dakotas– y recreó la atmósfera de aquellos días tocando canciones de Gene Vincent, Chuck Berry, Elvis Presley y, por supuesto, I Saw Her Standing There.
La segunda fue en julio de 2018, cuando fue a su ciudad natal para adelantar material del disco Egypt Station, que salió en septiembre de ese año. Abrió el concierto con Twenty Flight Rock, la composición de Eddie Cochran que tocó frente a Lennon cuando se conocieron en la iglesia de Saint Peter en 1957.
Liverpool ostenta, según el libro Guiness de los Récords, el privilegio de ser la capital mundial del pop. Sus artistas han generado más sencillos número uno que ninguna otra ciudad del mundo. Gran parte del crédito corresponde a John, Paul, George y Ringo, que han cosechado una enorme cantidad de éxitos, en conjunto y como solistas. Las revoluciones suelen gestarse en lugares secretos. La de The Beatles empezó en un sótano oscuro y sin ventilación ubicado en una callejuela del centro de la ciudad. Nadie imaginó, hace 60 años, que acabaría siendo el más importante de la historia del rock.